domingo, 29 de abril de 2007

Acabo de realizar un ejercicio de introspección profundísimo. He ahondado en lo más profundo de mis entrañas hasta conocerme como nunca nadie debiese conocerse a sí mismo.
Y lo que es aún peor; he realizado tan perfectamente ese inconocimiento, que también he entrado en los cuerpos y las vidas de todos los que conozco (y de los que no..., conocía), y he visto sus verdaderos pensamientos y sus acciones del día a día, las que son vistas y las que no lo quieren ser, las confesables entre cañas y las inconfesables en el lecho de muerte.
Tengo que admitir que he salido defraudado..., muy defraudado. Y no de los que conocía o creía conocer, sino de mí mismo. Nunca creí pensar así, de ese modo tan... no sé. No me puedo creer, creo, que la verdadera esencia de uno acabe en ese purismo incomprensible, en la sublimación de la más simple de las palabras y quizá la más bonita. La verdad : dicen que no valgo como ejemplo, pero es que nunca he pretendido serlo.
De cajón cae que no pienso desvelar lo que acabo de descubrir; sólo faltaría...; que cada uno haga el ejercicio, no te digo. Mis años me ha llevado, y lo más curioso es que nunca mi intención fué llegar a él. Me vino dado como por el azar del que estira la mano pero no sabe como, ni a donde, ni a qué.
Sobre lo descubierto en las mentes de mis conocidos..., casi todo es lógico que así se pinte en la mente de cada uno..., los humanos sois así.

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