martes, 10 de abril de 2007

No es que nunca creyera en nada, es que nunca había tenido nada en que creer. Nunca nada había despertado en él la necesidad de superar lo insuperable con algo exterior a su capacidad de razonamiento. Ni la existencia del mismo Dios le quitó un golpe de pulmón en su ser y estar del día a día.
Pero el deseo de lo intagible, y peor aún, la consecución del mismo, hacen del cielo un infierno y del día la noche. Hacen que ese otrora Dios inexistente se convierta en uno por quark, que uno se sienta como una gota de agua sobre una célula, que ni quark ni célula existan, porque algo los supera y los nimiece hasta volverlos universo y estrella y nada.
Porque ya sólo un recuerdo supera la existencia de toda la humanidad..., y la luz. Y mi sol.

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